Experiencia 0 Positivo – Cumbre al Nevado de Cachi

Experiencia 0 Positivo – Cumbre al Nevado de Cachi

Por Guillo Solá

El mítico Nevado de Cachi

A la cumbre se llega paso a paso, haciendo pie sobre los detalles.

Descansar bien es uno de ellos, pero esa noche parecía imposible… 

“Say yes”, tarareo en silencio intentando conciliar el sueño. Una canción pegadiza que descubrimos, por casualidad, en las listas de Yaca Austerlitz al inicio del camino, apenas pasando una apacheta en la que Albert Tejerina depositó una piedra blanca junto con sus votos a la Pacha. En ese mismo lugar, él mismo cortaría la cinta de la expedición con unas muy lindas palabras sobre la amistad.

El viento azota la carpa de montaña, ubicada en el poco espacio sin piedras de un punto llamado el Nivómetro, a unos 5.300 msnm. Es el último sitio para acampar, camino a la cumbre Libertador General San Martín del Nevado. Un alero se libera del peso de su piedra y parece divertirse indiferente, agitándose y golpeando contra las telas tensas del resto de la carpa. 

La vista al valle, donde el agua de las vegas rebalsa y reverdece el suelo por manchones, se había cubierto con las primeras nubes frías que entraban, apuradas, desde el bajo. Se acercaba la hora de la verdad. No había habido bailes ni cantos esa tarde. Solo una ración de comida termo estabilizada y algo de nerviosismo para el postre.

Y se hizo la noche. La noche de cumbre. 

La mañana previa, el Nivómetro nos había visto desde lo alto en nuestro acercamiento de aclimatación. Aunque ajenos en nuestras charlas, él había hecho su evaluación: un grupo unido y alegre. No sería fácil, pero lo intentaría. Y es que esta esfinge imaginaria, que custodia la entrada a la cumbre principal del nevado, se esfuerza siempre por hacer fracasar a quienes intentan pasar a través de ella.

El viento insiste. Pasan las horas sin poder dormir.

Abajo había quedado la carpa comedor y su calidez. Arriba todo es un poco más agreste y hostil.

Miro el reloj. Son las 3 de la mañana y el viento, tal vez en complicidad con el Nivómetro, parece seguir con su idea de arruinarlo todo. No sé si es por la somnolencia, pero la idea del intento de cumbre se empieza a desvanecer de a poco. 

Algo pasó. Algo inexplicable realmente. Sin poder determinar con exactitud cuándo, el viento cesó. Minutos después sonaron las alarmas en las carpas. Un buen augurio pensé.

El silencio de la noche se interrumpió con el movimiento en las carpas. Todavía era posible escuchar un silencio más profundo, el de los pensamientos. Para muchos era el primer intento de cumbre de una alta montaña. Una experiencia nueva cargada de adrenalina.

Una noche limpia nos esperaba afuera, y a las miles de estrellas en el firmamento se le fueron sumando, una a una, las estrellas frontales de los expedicionarios.

Allá vamos. A la cumbre. De noche y sin guía profesional. Entre las piedras y trozos de hielo. Entre las dudas y la convicción.

La ante cumbre nos reunió después de los acarreos. Unos 1000 metros de desnivel y piedras desde el Nivómetro hasta ahí. El mayor esfuerzo ya estaba hecho pensé. 

Paso a paso. Con algunas paradas para un té caliente. Otras para darnos ánimo y para revisar el estado de cada uno. 

Clarita Figallo ascendía con comodidad despegada unos metros más arriba y junto a ella Yaca Austerlitz. En un segundo grupo, el Loco Chavarría, Albert Tejerina, Juan París y yo. Unos metros más abajo Mery Vago y su ángel guardián, el Chato Masud.

Siguiendo las recomendaciones del “Pichi” Maciel, que había quedado en el campamento, fuimos rodeando las lenguas de hielo, siempre por la izquierda, y ascendiendo en zigzag hasta alcanzar la ante cumbre.  Desde allí se podía ver la cumbre, a la que finalmente se accede rodeando la montaña a través de un filo. 

Miré la caída abrupta a mi izquierda: la puna con sus volcanes. Más allá reconocí al Quevar. A la derecha un pasamanos de hielos en puntas. Al fondo, el mar de nubes. Irreal, surreal. Sería mi imaginación por la falta de oxígeno, pero tuve la sensación estar cruzando el puente colgante que lleva al castillo encantado de las historias.

La cumbre llegó cerca de las 11 de la mañana. 

Una emoción, violenta, imposible de aguantar me alcanzó, como de sorpresa. Siempre lo hace. Disimuladas dentro de las antiparras, las lágrimas me corrían como río. Es la inmensidad, lo indescriptible de la escena y las sensaciones que provocan los sentidos agudizados por el cansancio y la falta de oxígeno. Es estar uno con uno, o uno con Dios. 

Es el instante donde se conjuga todo, después de una montaña rusa de sensaciones, después de ese juego mental, y donde uno siente que valió la pena. 

Paré un instante, me di vuelta. Ahí estábamos todos. Nos esperaba Yaca Austerlitz, que había llegado unos minutos antes, oficiando de anfitrión de la cumbre. A sus espaldas un montículo de piedras adornadas con una cruz recostada cubría la vista. Sus brazos se abrieron para recibirnos con un abrazo, uno a uno. Un gesto de bienvenida que invitaba a pasar y disfrutar. Un abrazo interminable con cada uno, con palabras recortadas culpa de la emoción. 

Dejamos las mochilas y bastones al reparo, y subimos los últimos metros para poder contemplar la inmensidad desde 6.380 msnm. Simplemente increíble. 

La segunda mitad del día la pasaríamos descendiendo hasta Andorra, a 4600 msnm. Uno no dimensiona lo que sube hasta que baja. Descansamos unos minutos en el Nivómetro y continuamos. No lo extrañaríamos.

Para las 5 de la tarde ya nos habíamos reunido todos nuevamente en Andorra. Estábamos “en casa”, después de unas 13 horas de caminar al sol, soportando la falta de oxígeno, a veces el calor, el viento o el frío. El objetivo estaba finalmente cumplido. 

Solo la satisfacción superaba al cansancio en las caras de todos mientras devorábamos lo que había sobre la mesa de la carpa comedor. En ese lugar pasaban las mejores horas con cantos y con las historias, con mates y tés, y, por supuesto, con sopa. Ahí es donde nos reuníamos a comer y también a compartir con los arrieros.

Mati, el líder, vestido de manera sencilla, caminaba adornado con su gorra Nike. Poseedor de una sonrisa limpia, había vivido unos años en Buenos Años mientras trabajaba en un taller clandestino de Barracas. El cariño por su lugar lo hizo volver para tomar la posta del histórico Patacón en la provisión de burros de carga para las expediciones. Konan, el segundo. Reconocible por su caja toráxica, capaz de soplar las nubes según algunos. Y Nahuelito, el más chico de los tres, dueño de una risa ingenua con dos grandes paletas y dueño de la cumbre con tan solo 14 años. Todos ellos de familia de arrieros, y los últimos “cosecheros de sal” de los cerros del Luracatao.

Ellos fueron una parte fundamental del equipo. Alivianándonos las cargas en los días previos, sentimos que nos acompañaron hasta la cumbre.

Con el objetivo cumplido, se percibía en el ambiente la ansiedad por la vuelta. Quedaba una última parada en el camino: la casa de Santos, de quien nos habíamos despedido días atrás, con la promesa de volver con la cumbre, y compartir un cordero y uno vinos. Ambos cumpliríamos con el trato, firmado en el aire. 

El pequeño canal artificial que lleva el agua hasta los corrales de Santos nos guio hasta la curva desde donde se pueden ya escuchar los ladridos de sus perros. Finalmente, allá abajo, se mostró el rancho. Santos estaba vestido de domingo, con el horno humeando. Tenía todo preparado. Miré a los demás. Todos sonreían.

 En la recepción de su hotel de millones de estrellas tenía preparado un abrazo para cada uno. Y para esa tarde, distintas actividades como amasar el pan, cebar unos mates y guitarrear. 

Con la oscuridad estuvo listo el cordero. Nos brillaron las pupilas, tanto como a Santos, al abrirse la primera botella de vino. El espectáculo dentro de la carpa comedor era el de un banquete real, aunque sobre una mesa desordenada, sin protocolos y con poco distanciamiento social. Una mezcla de alegría, cansancio, hambre y, sobre todo, la generosidad de Santos condimentaron esa comida.

Finalmente, junto con el té caliente y bajo la penumbra, hubo espacio para la charla profunda. Momento de agradecimientos y reconocimientos.

Por fin dormí…

Los pasos apurados de Santos nos despertaron a la madrugada. Con pronunciación corta saludaba a todos: buen día, buen día. Dos veces, por si alguno tenía alguna duda de que sería un buen día.

La despedida llegó y Santos quedó ahí, solitario como siempre, en su lugar, rodeado de sus perros, sus ovejas y sus burros…

Nada fue fácil. Entrenar y prepararse con las limitaciones de la cuarentena. Planificar. No fue fácil llegar a la cumbre. Paso a paso lo logramos. 

En un año difícil y distinto, cada uno vivió la experiencia a su manera. Y si bien escribo esto en primera persona, podría apostar que para el Pichi Maciel y el Chato Masud, su responsabilidad principal de coordinar la logística se transformó en una salida con amigos, recordando a las de años atrás. Para Clarita Figallo fue salir a jugar a su parque de diversiones. Para Mery Vago, un desafío personal, que defendió con la paz, pero también con la espada. Para Yaca, su conexión con la naturaleza y la música, pero también esas ganas de empujar e ir un poco más allá; “atacar la cumbre”, me corregía, “atacar”, y es una buena manera de describir cómo lo vivió. Para el Loco Chavarría, renovar su amistad con la montaña, conectar con las costumbres y las historias del lugar. Para Juan, dejarse llevar a una vivencia totalmente nueva. Para Albert, reencontrarse con la libertad, con lo que lo hace sentir vivo. 

Y para mí, ojalá, ayudar a abrir una puerta a algo nuevo como es la alta montaña. 

Creo que al mismo tiempo lo vivimos de una misma manera. Como un grupo de amigos con un objetivo común, con ganas de aportar cada uno lo suyo y hacer de esta una experiencia singular e inolvidable para todos, y con una alegría generosa al ver el logro y la satisfacción de los demás. 

Gracias a todos los personajes que formaron parte de esta aventura y acompañaron para que sea una experiencia enriquecedora: Pablo “Pichi” Maciel, Daniel “Chato” Masud, Santos Lázaro Fabián, Mati, Konan, Nahuel, Clarita Figallo, Albert Tejerina, Yaca Austerlitz, Mery Vago, Santi Chavarría, Juan París, Rufo Cossio y Santi Merello. 

“Say yes” se nos pegó. Ojalá esta nota sirva también para “decir sí”, para animarse a vivir nuevas experiencias, a hacer.

En el mismo sendero: